jueves, 1 de noviembre de 2012

EL ULTIMO DIA


EL ULTIMO DIA

Había sido una jornada laboral muy intensa la del 10 de septiembre. La proclama de la Junta Militar chilena de asumir el mando del Gobierno el día 11 había revolucionado el país y, por ende, el diario. Marcelo llegó esa noche a su casa más tarde que nunca, ya era de madrugada. Se preparó un sándwich, esos de jamón y queso que tanto le gustaban, y se acostó a dormir con la certeza que lo esperaría una jornada más agitada de lo normal.
Ni siquiera fue el reloj el que lo despertó. El teléfono sonó a las 7 de la mañana. Los rayos del sol se enfocaban directamente sobre sus ojos.  Del otro lado del teléfono estaba su jefe. El tono de voz era más agitado, desesperante y atosigador que nunca: tenía que ir urgente al diario porque los tiempos se habían acelerado. Los militares ya se habían adueñado de las calles de Santiago y el ambiente comenzaba a sentirse alterado. Se cambió como pudo, se lavó los dientes y, sin poder gozar de un exquisito desayuno, salió corriendo hacia Clarín.
La situación en el diario era caótica: gritos, ordenes de aquí, órdenes de allá, teléfonos al rojo vivo, la radio ambientando el lugar, sus compañeros despavorido corriendo de un lado para el otro. La orden que recibió Marcelo fue clara: tenía que ir a cubrir la presunta destitución de Salvador Allende, quién se encontraba cuidando su sillón en el Palacio de la Moneda. Sus ojos se agrandaron, trago saliva y, sin disimular el terror que tenía, agachó la cabeza, tomó papel y lápiz y se retiró.
El diario se encontraba cerca del edificio gubernamental. Decidió ir caminando, observar detalladamente que sucedía en la ciudad. La caminata se hizo interminable. Le pesaban los pies y se sentía cansado. Cada paso que daba era eterno. Estaba agitado, hasta le costaba respirar.  Fueron las peores cuadras que camino en su vida.
El panorama se iba presentando peor de lo que esperaba. El color verde se adueñaba del paisaje. Abundaban militares en cada uno de los rincones de Santiago. La gente desesperada y horrorizada se encerraba en sus casas. Aviones comenzaban a sobrevolar el cielo como aves que pasean en una tarde soleada.
Este joven periodista, de tán sólo 24 años, no sabía cómo actuar. Estaba nervioso. Primero se pellizco. Parece una locura, pero quería saber sino era un sueño. Pronto se daría cuenta que estaba viviendo la cruda realidad. Decidió esperar. Se sentó en el cordón, prendió un cigarrillo y trató de relajarse. El sol lo azotaba, tenía mucho calor. Se desabrochó otro botón de la camisa. La transpiración recorría su cuerpo. Nunca se le ocurrió pensar que esos serían sus últimos minutos de vida.
La espera se hizo interminable. Se había fumado un atado de cigarrillos, pero todavía no había conseguido nada. Decidió levantarse y comenzar a caminar. La manzana del Palacio de la Moneda ya estaba totalmente cercada por militares. Se preguntaba como actuarían, que tendrían planeado hacer. Miró el reloj: marcaba las 8:30. Había sido la hora mas larga de su vida.
Observó nuevamente el cielo y volvió a ver los aviones. Los contó: eran 6. Congeló sus ojos un rato en ellos, los observó detenidamente. En ese momento comenzó a darse cuenta que los soldados se alejaban del palacio, retrocedían sigilosamente, dándole lugar a los tanques que se arrimaban. Algo estaba por suceder. Se tomó unos segundos para pensar, quería salir de ahí lo antes posible. El miedo le recorría las venas. Sabía que se perdería la noticia de su vida, igualmente intentó huir del lugar.
Tomo la decisión y el camino incorrecto. Varios metros antes de llegar a la esquina oyó que alguien le gritaba. Prefirió hacer oídos sordos y continuar con su marcha. Su pelo largo y oscuro le entorpecía la visión. El grito se repitió, esta vez con más fuerza. Corrió con todas sus energías, pero no fue suficiente. El estruendo del disparo resonó en toda la cuadra. Marcelo se desplomó en el piso. Su gritó fue estremecedor. La cara golpeo contra el asfalto. Era un dolor que jamás había sentido. Intento levantarse. Apoyo las manos contra el suelo e hizo el esfuerzo, pero no pudo. El piso temblaba. El dolor era intenso. Miro para abajo y vio un tremendo charco de sangre. Cayó definitivamente, decidió rendirse. Se dio cuenta que todo había terminado. Comprendió que nunca más vería la luz del sol. Días mas tardes se sabría que Marcelo sería la primera víctima de ese fatídico 11 de septiembre de 1973